No nos damos cuenta de ello hasta que realmente sucede algo que nos deja bloqueados, algo que nos sobrepasa, algo que nos deja mal cuerpo y ese recuerdo amargo y doloroso para siempre. Sobre todo cuando nos atraviesa ese dardo de la culpa de “Y si…” Y si hubiese sabido actuar….y si me hubiese dado cuenta antes…y si hubiese hecho caso a mi sexto sentido…” Sexto sentido. Esa intuición especial, como el sentido arácnido, casi como un olfato que te dice que algo no anda bien, que algo le está pasando a tu bebé.
Muchas veces nos entran las dudas y obviamos a ese sentido, preguntamos a nuestro alrededor y hacemos caso de opiniones externas machacando nuestro instinto interno. Nuestro instinto animal, de mamífera. El que se desarrolla en el cerebro durante el embarazo y nos acompaña en el crecimiento de nuestras crías. Pues bien, y ¿si te digo que lo te pasa cuando dudas de ti misma y de tu instinto es miedo? Miedo de no acertar, miedo de no hacer lo correcto, miedo a que esté sucediendo algo malo. MIEDO. Ése gran enemigo que te paraliza y bloquea en una situación complicada y nueva. El miedo actúa en nosotros de muchas maneras y pocas veces lo sabemos reconocer.
Nuestros hijos son lo que más queremos, lo que más cuidamos, los vemos frágiles y a la mínima los cobijamos debajo de nuestra ala o los observamos bajo esa mirada atenta de una mamá leona apunto de atacar. Nos duele más que a ellos cualquier herida o golpe y sentimos cada lágrima suya. ¿A quién no se le han saltado las lágrimas en las primeras vacunas de su pequeño cuando se ha puesto a llorar? Te entiendo perfectamente.
El miedo se camufla de muchas maneras y tenemos que darnos cuenta que está ahí para poder controlarlo y tener éxito en una emergencia. De nada me sirve saber qué pasos tengo que seguir en un atragantamiento si me invade el miedo, porque me pongo nerviosa y ya no doy pie con bola.
Hoy te cuento que podemos hacernos con el control del miedo en nuestro cerebro y doblegarlo para salir airosos. Ante una situación difícil, el miedo nos boicotea, toma el control, en cierta manera nos ayuda en la supervivencia, pero tenemos que saber identificarlo y manejarlo. Cada uno podemos reaccionar de una manera diferente a una misma situación. Unos huirán, otros se someterán, otros se empoderarán y lucharán y otros se quedarán en shock, completamente bloqueados. Depende de ti el cómo se manifestará el miedo.
Nos aumenta la presión sanguínea, tenemos molestias estomacales, sudamos, se nos abren los ojos como platos para tener más campo de visión, tenemos palpitaciones…Y si no lo controlamos, cundimos en pánico.
No es fácil, pero se logra. En el momento que te veas envuelta en una emergencia, notes que el corazón empieza a latir más rápido, que se te seca la boca, que no recuerdas qué era lo que tenías que hacer en este caso, para, detente. Coge aire despacio, en dos tiempos, aguántalo, suéltalo en otros dos, estira la espalda, echa los hombros hacia atrás, y dite mentalmente que tú puedes. Tomarte unos 10 segundos para hacer esto por lo menos un par de veces, hace que tú tomes el control de tus pensamientos, de tu cuerpo, tu respiración y vayas restándole espacio a ese miedo que como una sombra negra estaba haciéndose con la situación. Ahora, mientras respiras, notarás que fluyen mucho mejor las ideas y que casi por arte magia aparece en tu mente los pasos a seguir que tenías que hacer frente a un atragantamiento por ejemplo. Te sorprenderás a ti misma, saldrá la leona que llevas dentro, dejarás que fluya la adrenalina y la noradrenalina que segrega el miedo y serás capaz de usarla en tu favor, solventando con éxito la situación. ¿Has oído hablar de que hay mamás que son capaces de levantar un coche con sus manos si su bebé queda atrapado debajo?
Por todo esto yo decidí dedicarme a cuidarme y cuidar a otros de ese miedo, desde mis desarrollos profesionales en primeros auxilios bebés y niños y como instructora de Baby Sing (lenguaje de signos para bebés), porque contienen esos elementos mitigadores del miedo, para que los padres se sientan más seguros sabiéndose capaces, y para que los bebés, logrando una comunicación eficaz con sus cuidadores, puedan expresarse y sentirse entendidos.
Nerea Moya.