Sin duda, esta es la pregunta del millón que nos ronda en la cabeza a muchos, y en especial en estas fechas navideñas.
Las personas recibimos, comprendemos, aprendemos, integramos, concluimos y avanzamos desde la experiencia en primera persona. Desde que nacemos todo nos resulta simbólico y lúdico, y en nuestra infancia resolvemos imitando a los que nos rodean, pues nuestra experiencia vital es escasa y no disponemos de histórico que registre experiencias similares.
De entre todo lo que puedan necesitar nuestros hijos, sin lo que no pueden pasar es sin amor incondicional. libertad de expresión, seguridad emocional, autonomía y empoderamiento, autoconocimiento y autoestima y aportación de valores. Y esto les llega desde nuestro proyecto familiar, ofreciéndoles la mejor versión de nosotros mismos, desde el vínculo y el apego, la confianza, absoluta, porque todo es nuevo y somos su referente y su soporte, su sostén, y desde la empatía y la escucha.
Para abordar todo esto disponemos de dos herramientas accesibles para todos: el lenguaje y el juego. Porque todo para ellos es juego, y adaptándonos a su etapa evolutiva, y averiguando desde dónde entienden mejor, les llegará seguro la gestión de las emociones, los valores formativos, compañerismo, solidaridad, trabajo en equipo, capacidad de decisión, desarrollo del vínculo, resolutividad, cualidades todas necesarias para la vida. Y jugando con nosotros les llegará nuestro modelo de implicación proactiva, nuestra seguridad y autonomía.
De bebés, favorece el contacto, la concentración, la observación, los sentidos, los sentimientos, la memoria, la motricidad, de más mayorcitos la relajación, el aprendizaje, el manejo de las emociones, sus capacidades, sus inteligencias, y cuando se acercan a la adolescencia, la independencia, la sociabilidad, la pertenencia, los valores…
Lo importante es no comprar por comprar.
De 3 a 12 meses cogen, agitan, golpean, así que elementos como el cesto de los tesoros, los mordedores, las pelotas de diferentes texturas, tipo Montessori o Pikler, y las cajas de permanencia, son los ideales.
De 1 a 2 años son más autónomos, y les encantan los muñecos de arrastre, las construcciones, los instrumentos musicales o los materiales para actividades sensoriales.
De 2 a 3 años ya caminan y su motricidad, tanto fina como gruesa se está entrenando: es el momento de las bicicletas sin pedales, los puzles o el juego simbólico.
Además, hay elementos de juego que son útiles en varias de sus etapas, porque están concebidos para ello y porque, de manera instintiva, los niños reconocen sus usos: desde el gateo podemos contar con la tabla curva o los clásicos Pikler como el triángulo, el cubo y el túnel, y también el clásico tobogán infantil. Las torres de aprendizaje las disfrutan desde que tiene una buena estabilidad e interés, sobre los 18 meses, y el rocódromo Infantil desde que tienen una buena marcha.
Y, por supuesto, no podemos olvidar los libros. Es mucho más que leer, es el más por menos. De pequeños, los cuentos son recursos de apoyo y acompañamiento, tanto para ellos como para nosotros, además de ser una vía de entretenimiento magnífica, ya que aúna la imaginación y la creatividad. Y cuando nos sentimos trabados a la hora de resolver temas peliagudos con niños y adolescentes, los libros adaptados son el mejor aliado.
Y, por último, tener en cuenta que “cuantas menos cosas haga un juguete, más cosas hará la mente del niño”
Jenny Carneiro. Asesora de lactancia y maternidad.